jueves, 3 de agosto de 2006

Declaración de principios y finales


La consecución del éxito torna en mendicidad hasta al acto más grandioso.

Desde nuestra posición (umana hasta el hartazgo) reconocemos en la existencia el complejo e inconmensurable entrecruce de factores que tornan a la planificación, a ordenamiento y a la racionalidad al absurdo más elocuente.

No podemos vencer: ni al tiempo, ni al espacio, ni a las circunstancias.

Títeres del azar, somos los monigotes que descabeza el destino sin demorarse en la contemplación de nuestros burdos intereses.

La su(o)ciedad nos enseña: a tener objetivos, a forjarnos un futuro, a integrarnos en ella, a ocupar posiciones como sujetos constituidos por una cultura (hegemónica).

Sumisos y rastreros, asentimos ante este imperativo, esperanzados en que alcanzaremos una felicidad que ya está estandarizada (y que es un fenómeno histórico, además).

Recalcitrantes y amargos, los miembros del Movimiento Iniciativa y Fracaso (MIF) asumimos:

- Nuestra tibia e inércica adhesión a los modelos de vida imperantes en la sociedad.

- La modelización de esta "realidad" y la obediencia a sus mandatos.

- Nuestro rol, mal que nos pese, en este burdo sistema de producción capitalista.

- El derecho a la libre expresión de nuestras ideas no originales.

- La libertad de patalear cuando no nos gusta el caramelo que nos dieron.

- La esclavitud disimulada (o no) como único estratagema para la reproducción del desorden imperante.

Y, a pesar de todo esto, como piquete en los ojos de las fuerzas que nos dominan, proclamamos nuestra reverencialidad absoluta por el absurdo, fuente inagotable de rebeldía estúpida e improductiva que sólo nos ayuda a arrojarnos en la más patética de todas las decepciones. Aún así, y en el pleno empleo de todas nuestras libertades toleradas, desafiamos a todos los espejos a no devolvernos nuestra cara; a la gravedad, para que viole sus tajantes leyes; al mercado, para que no intente seducirnos; al dinero, para que no se nos muestre abstracto; y a los dioses, concebidos e imaginados, para que nos ayuden a gozar este recreo vital en el que sólo cabe la risa amarga de quien después de hacer una picardía sufre la tortura de que le retuerzan las bolas.


Tante grazie e bon apetite

Levon

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