lunes, 7 de agosto de 2006

Juego de palabras


Luego de recibir el honor de ser invitado a cenar en la casa de sus futuros suegros, el joven Rafael, ignoto artista de dudoso porvenir, solicitó en calidad de préstamo un saco de vistosa calidad a un amigo, dependiente de la tienda masculina “Lord Anastasio”. Luciendo con elegancia el atuendo, diez minutos antes de las nueve, se constituyó en el domicilio particular de su preciosa novia, la señorita María del Luján Álvarez del Castillo. Un ligero sudor humedecía las palmas de sus manos a pesar de que el servicio meteorológico había informado que, en la noche, la temperatura rondaría los dos grados celcius. María del Luján, lujosamente ataviada con un vestido de noche, bajó a abrirle.
Tras un rápido beso, le informó que estaba nerviosa y que confiaba en que él se comportaría conforme a las exigencias de las circunstancias. El joven Rafael, secándose la transpiración de las palmas con un pañuelo de batista, respondió afirmativamente y se dejó conducir. Recordando las indicaciones que integraron el adoctrinamiento previo, saludó al Doctor Álvarez del Castillo inclinando la cabeza y no apretó ni sacudió la diestra de la respetable Señora.
Ya apoltronados en la sala, el joven Rafael se privó de realizar comentarios sobre el meticuloso mal gusto en la decoración que exhibían sus anfitriones. Inquirido sobre sus proyecciones para el futuro, se encargó de responder con impiadosas mentiras que se granjearon la satisfacción y los “oh” aprobatorios del cordial matrimonio. De allí, luego de recibir la indicación del personal del servicio doméstico, pasaron al comedor. Más distendidos, la conversación versó sobre los méritos obtenidos a la largo de su labor profesional por el Doctor Álvarez del Castillo. La participación del joven Rafael se redujo a siete movimientos de cabeza aprobatorios y tres adjetivos calificativos: “increíble”, “excelente” y “espectacular”, repetidos en diversas oportunidades con un orden aleatorio.
A pesar de que el hambre le hacía gemir las tripas, casi no probó bocado: el color y el aroma de los alimentos presentados no le resultaban confiables e, internamente, temía ser envenenado. Ni bien pudo esconder una hogaza de pan en la camisa, solicitó que lo dispensaran, que debía pasar al excusado. Alentándolo por el excelente trabajo que estaba haciendo, María del Luján, mientras le mostraba el camino hacia el baño, se dejó tocar los senos y permitió al joven Rafael introducir su diestra por debajo del vestido. Un poco excitada, rechazó el ofrecimiento de hacer “uno cortito” a pesar de las bromistas insistencias del joven Rafael.
De regreso del toilette, con los postres ya servidos, la Señora se hizo cargo del monólogo exponiendo no solicitados detalles de sus labores de caridad y ayuda a desvalidos. Más osado y encendido por el vino, que aunque le pareció berreta y desabrido empezaba a hacerle estragos, el convidado se atrevió a participar con largos parlamentos elogiosos y encendidas manifestaciones de admiración por la generosidad de las Damas Solidarias.
Al oír las campanadas de las doce, se alegró pensando que el final de la ficción estaba próximo. Sin embargo, para cultivar la familiaridad y la sana distracción entre los comensales, el Doctor propuso regresar a la sala y, bebiendo algún licor, jugar unas manos a la canasta. Conciente de su compulsión al juego y a las apuestas que lo arrastraban a perder sus magros ahorros y sus instrumentos de trabajo en cuanto juego con naipes se ha inventado, el joven Rafael se disculpó por no conocer las reglas. Inocente, María del Luján se atrevió a sugerir realizar una partida de Scrabble.
La fatalidad fue la culpable. Ni bien tomó las primeras siete fichas, recibió servida la palabra “sadismo”. Sin contenerse, la escribió sumando 34 puntos. Usando la S, la Señora formó “seria”, acreditándose nada más que 6 unidades. El Doctor se anotó 12 puntos con “formal” y ella, su novia, escribió “para” logrando una mísera puntuación. Alentado por su superioridad, ya desenvuelta desde la ronda inaugural, el joven Rafael tomó nuevamente siete fichas. El azar lo favorecía y, ni bien ordenó las letras en su soporte, descubrió que le había llegado cocinadita la palabra “fornica” que con la erre de “para” formaba el infinitivo “fornicar”. Sonriente, la acomodó en el tablero sonriéndoles gozoso a sus boquiabiertos contendientes. "Doble punto palabra y triplico el valor de la “n”, son… veintiocho puntos", festejó exultante el joven Rafael mientras su abochornada novia hacía la cuenta en el tanteador.
Así, bendecido por la fortuna, se dio el lujo de colocar las palabras “vagina”, “succión”, “cuernos”, “perverso” y “orgasmo”, acompañando cada una de sus participaciones con una susurrada presentación de la palabra que formaba. “Lo más rico de su hija es…”, “a ella le gusta mi reiterada…”, “la Señora le pone los…” y así sucesivamente, teniendo la seguridad de que sus comentarios no eran oídos aunque quizás, con un poco de imaginación, inferidos.
El resultado final dejó al joven Rafael como ganador con doscientos veintidós puntos. Le seguía el Doctor, visiblemente irritado, con ciento sesenta puntos. Educado y radiante, el invitado ofreció darles la revancha pero, alegando que era tarde, sus ex suegros le dispensaron de la molestia, invitándolo a retirarse. Muy cortés, el Doctor Álvarez del Castillo lo escoltó hasta la salida.
Al saco, lo regresó el lunes a la tienda de su benefactor, olvidando en un bolsillo interno dos bombones de licor que había guardado para disfrutar en otra ocasión. María del Luján no volvió a responder a sus llamados y el joven Rafael conservó durante varias semanas la sensación de que aquél rechazo tácito se debía a su falta de comprensión acerca de las reglas de etiqueta. Por supuesto, estaba convencido de que en aquella primera visita, se tendría que haber dejado ganar.

Levon

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