miércoles, 10 de enero de 2007

Medidas efectivas

En el marco de la VIII Cumbre Mundial para el Cuidado y la Protección del Medio Ambiente, el ilustre delegado de las Islas, benemérito Profesor Anastasio Rodríguez, platicaba académicamente con un colega del sudeste asiático. El hecho de no compartir sus lenguas maternas los llevó a escoger, como herramienta de comunicación, el empleo de un neutral inglés, frontera en común en la que los dos científicos podían manejarse. Ambos, docentes e investigadores habituados a recorrer el mundo en simposios, conferencias y encuentros, criticaban la deficient organization de la Cumbre y el hecho de que, a último momento, los habían excluido de la lista de oradores. El sonido de un timbre que se propagó por los pasillos, les advirtió que debían regresar a sus asientos. El Profesor Anastasio Rodríguez, dada la pobreza de su país, era el único integrante de su comitiva. Como tal, lo habían acomodado junto a los miembros de otras naciones tan insignificantes como la de él.
Por su parte, los Países más Grandes y Poderosos, se pavoneaban con numerosas y elegantes comitivas compuestas por Doctores, Magisters, Investigadores laureados y otros tantos edecanes, secretarios políglotos y jóvenes asesores. Apabullado ante dicha ostentación de cuantía y boato, Rodríguez se lamentó por la escasa consideración que les refregaban a quienes el Nuevo Orden Mundial había mantenido en el antiguo desorden. Se flagelaba mentalmente con esa idea cuando un expositor, del que sólo alcanzó a escuchar la mención de su país de origen y el extenso listado de sus cargos y funciones en el Gobierno, comenzó a disertar. Qué malditos son, se decía el Profesor Rodríguez, marginarnos así, a nosotros, a los delegados del tercer mundo.
Así, una y otra vez, sin prestar atención a la conferencia, el representante de la Isla seguía empañando su tropical sonrisa de mulato mientras se imaginaba que, cuando fuera el turno de organizar una Cumbre en su tierra, él, personalmente, se encargaría de sentar a los europeos y a los yankis en el último rincón húmedo y caluroso de la Sala Magna de la Cámara de Representantes. Para incrementar el desprecio, los mandaría a dormir a los hoteles de prostitutas y les enviaría de almuerzo las raciones alimentarias que el gobierno reparte entre los indigentes que son, para qué negarlo, el ochenta por ciento de los nativos de la Isla. Tejiendo esas vengativas cavilaciones, se sorprendió al percibir que todas las cabezas de los presentes habían girado sobre sus cuellos para observarlo. Rápidamente, el Profesor Anastasio Rodríguez se incorporó en su butaca, se atusó el bigote y se fijó las gafas. Todo seguía igual: los representantes de todo el mundo, desaprobadoramente, lo miraban. Alarmado ante una reacción tan anómala, intentó comprender lo que, en críptico inglés, expresaba el orador. Lo sobrecogió decodificar que el catedrático estaba culpando a la política ambiental de su país de los últimos huracanes que habían afectado la costa este de Estados Unidos y al Caribe. Además, señalaba, esa republiqueta anárquica y premoderna no controla la emisión de agentes tóxicos, de gases de efecto invernadero, ni emplea sustancias permitidas en las industrias químicas. Y, agregaba el conferencista, según los últimos estudios, en la refinación de petróleo, está generando una polución igual a la de…
Era intolerable. El Profesor Rodríguez, indignado, se puso de pie exigiendo airado la palabra. Como su nombre no estaba en la lista de oradores, con cordialidad, se la negaron. Creyendo que era factible resolver la confusión, comenzó a dialogar con sus colegas de las naciones pobres, intentando convencerlos de que en sus tierras no había industrias petroquímicas, ni petróleo, ni siquiera muchos autos y estaciones de servicio. Además, sólo recolectaban maíz y caña de azúcar, sí, y había un pequeño puerto que proveía a la población con la magra pesca de la zona. Un poco de cacao, café, algunas vacas… pero, ¿desarrollo?, ¿industrias químicas?, ¿refinerías?. No, no… era un error del que hablaba. Rodríguez se agotaba en ejercicios persuasivos mientras el expositor presentaba las imágenes, obtenidas recientemente por el satélite “Republican I”, de lo que, suponían, era la central nuclear de la Isla. Al profesor Anastasio Rodríguez se le desprendieron las gafas y las mandíbulas. ¿Una central nuclear en su Isla?. Pero si casi no tenían luz eléctrica… si eran un pueblo de marginados… seis millones de hijos de esclavos y aborígenes, una colonia históricamente sometida, acosada y cíclicamente saqueada por sus reservas de agua dulce, por la belleza de sus playas, por el potencial de sus yacimientos auríferos.
La Comisión Investigadora Nombrada Para Tales Fines, que continuaba en el programa, hizo su presentación aportando los resultados de sus investigaciones. El disertante anterior, sentado a un costado del escenario, afirmaba con un gesto “¡qué terrible!” cada declaración que la Comisión Investigadora Nombrada Para Tales Fines enunciaba. Era evidente: la Isla era la responsable exclusiva del catastrófico daño que se le causaba al medio ambiente. ¡Estaban destruyendo el planeta!. El delegado de un reino africano pidió sanciones. El representante de un país invadido por las fuerzas de paz exigió que se tomaran drásticas y ejemplificadoras medidas. El Presidente de la Cumbre, ante el frenesí y el descontento unánime, propuso una votación. El profesor Rodríguez no sabía dónde esconderse. En una babel de idiomas le llovían epítetos, insultos y agresiones descalificantes. La conformidad fue rotunda y se pasó a un cuarto intermedio para luego realizar la votación.
Temiendo por su integridad, Rodríguez se quedó en su butaca y, por el miedo, se orinó encima. Dos horas después, el Presidente anunció que habían sido aprobadas las sanciones contra la Isla, obligándola a cumplir todas las medidas que adoptara la Cumbre, por ciento sesenta votos a favor y dos abstenciones. Una de las abstenciones, debe decirse, fue la del Profesor Rodríguez.

Esa misma noche, Rodríguez llamó al Ministro. Le avisó que, por seguridad, se quedaría en dónde estaba porque temía lo peor para su país. El Ministro le dijo que no le entendía. Y Rodríguez, todavía intimidado y tembloroso, se despachó: tendrían que haberme avisado que estábamos desarrollando un sofisticado programa nuclear, que nuestras petroleras están contaminando el océano y que la polución de nuestras industrias está destruyendo la capa de ozono y produciendo qué sé yo cuántos desastres climáticos. Del otro lado de la línea, el Ministro se reía, festejaba con liberalidad las ocurrencias de Rodríguez.

Dos semanas después, ante la terquedad y la falta de respuestas por parte de la Isla, el portaviones Kennedy y el Kitty Hawk, escoltados por veintiséis barcos de guerra y otros tantos submarinos, ponían proa rumbo a la sediciosa ínsula para obligarla a doblegarse frente a los humanitarios mandatos de la VIII Cumbre Mundial del Cuidado y la Protección del Medio Ambiente. El Presidente de uno de los Países más Grandes y Poderosos apareció en los canales de televisión anunciando la determinación moral que había tomado su Gobierno, de común acuerdo con los demás Gobiernos democráticos de la tierra. Iban a aplastar a la Isla, iban a darle una inolvidable lección porque la humanidad aspiraba a la paz, a tener un planeta sano y estaban hartos de la contaminación que la Isla producía. Luego agregaba que, así, el mundo sería un mejor lugar para vivir.
Por varios días, occidente se sobrecogió frente a las imágenes, ante los informes que los corresponsales enviaban desde la zona de conflicto. Verdaderamente, era indignante comprobar la negligencia y el desinterés con el que aquellos salvajes se dedicaban a cometer estragos en el planeta. Las cadenas que más ahondaban en el tema, hasta obtuvieron filmaciones de los irracionales discursos del presidente de la Isla, de su inquebrantable decisión de continuar depredando los recursos naturales y contaminando sin ningún reparo. También mostraron los campos de entrenamiento de los ejércitos de la Isla que, para sorpresa de muchos, se parecían notablemente a los que, años atrás, el periodismo había atribuido a la guerrilla talibán. Esos simples detalles pasaron desapercibidos al gran público que, como es sabido, tiene poca selectividad y escaso poder para retener y asociar imágenes. En medio de esa conmoción, y tras negarse a devolver las llamadas de auxilio que el Ministro dejaba en la recepción del hotel, el Profesor Anastasio Rodríguez logró obtener asilo político en el país organizador de la VIII Cumbre.
Bombardeado por las noticias de la invasión a la Isla y tras leer la siempre equilibrada opinión de Le Monde, el Profesor Rodríguez se sintió feliz de comprobar que las cumbres ecológicas, contrariando las creencias vulgares, sirven para dar solución a los verdaderos problemas ambientales.

Levon

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