lunes, 15 de marzo de 2010

Un narrador y sus princesas


Iba a esbozar unas líneas sobre la novela de Jeanmarie, la última. Pero resulta que la presté y, entre sus páginas, quedaron mis machetes. Mejor: es el momento de escribir sobre Celeste y Blanca de Guillermo Piro.

Elegir para el epígrafe unos versos de Panero, el poeta loco o el loco poeta, representa una toma de posición. No la única: la primera de Celeste y Blanca. Una novela que se sostiene sobre las premisas que enuncia el narrador; un narrador que juega a hacerse el borracho (o el loco) y con la intención de desplegar una historia (¿alegórica?) de princesas, príncipes y reyes rioplatenses, acaba demorándose, tomando todos los desvíos y “yéndose por las ramas” para contar otros cuentos (reflexiones, simpatías, anécdotas) que vienen al caso (o no), pero que se autorizan desde las premisas o verdades que el narrador intercala gustoso de exhibir su ingenio, su pericia en el arte de narrar. Entonces: una novela de princesas, de premisas, de digresiones. ¿Un fluir de la conciencia?, ¿un discurso ebrio?, ¿un juego de ajedrez? Sí y no. Celeste y Blanca nos pide la comparación.
Sandra Contreras definió la maquinaria narrativa de Aira (César) como “el imperio de la invención”, la fuga hacia delante del relato que no se detiene porque su objetivo, como el del caballo de carrera, es llegar a la meta, al final. Si se me permite mantener la metáfora de la especialidad, me arriesgo a sostener que el narrador de Piro, en este sentido, opera desde una variante: se fuga hacia el costado o hacia adentro –de sí mismo de lo que narra. El cierre, el final, es, en todo caso, casual, aleatorio. En una entrevista –y a lo mejor muchas veces más-, Aira definió a su poética sobre la base de la experimentación y la improvisación. (Nota al “pie”: perdonen que ya haya mencionado a Aira dos veces, es uno de los pocos escritores argentinos que incluye en su texto el narrador) Pienso que Piro elige el segundo principio sin desdeñar al primero. La digresión, a veces humorística y otras delirante, es la forma de improvisación de ese narrador que se define como “inquieto” antes que “distraído”, que opina sobre sus personajes y explicita sus favoritismos y sus odios con la misma soltura y desenfado que comunica las experiencias y máximas que rigen su vida. La experimentación, es posible, se condensa en la trama que nos prometió en las primeras páginas y, a cuentagotas, cada tanto y con “experimentaciones” sobre la linealidad y el tiempo del relato, nos sigue contando.
El narrador sabe que el único traicionado termina siendo el lector, pero tal es el imperativo lógico en la poética de la desobediencia. Tan hastiados deberíamos estar de empalagarnos con novelas obedientes (las que no son sino variaciones de unos pocos temas –se dice que no más de nueve, Gramuglio en sus clases contaba tres: el amor, la muerte y la guerra) que tendríamos que agradecer que alguien, con la excusa de contarnos la historia de Celeste y Blanca, nos sorprenda con algo nuevo. De acuerdo, muchas gracias. Tengo más para escribir, pero no quiero citar y violar las leyes del copyright.
Soy de los que comparten sus libros y sus lecturas deseando descubrir otras ópticas, otras interpretaciones; que otros lean los libros que yo leo para después construir otros sentidos. Si hay ganas, si se puede. Para invitar a aventurarse en Celeste y Blanca, parafraseado al narrador, diré que él sostiene que todos sus textos anteriores han sido la “peregrinación” para llegar a éste, a Celeste y Blanca. Para los que nos gustan los artículos de Piro en Perfil o sus poemas, no deja de ser un gancho.

2 comentarios:

Diego dijo...

muy interesante pensamiento. hbará que leer celeste y blanca.

Federico dijo...

sí, se merece la lectura...