Cristina Fernández (de Kirchner)
Con esta elocuente imagen, la Sra. Cristina Fernández culminó sus declaraciones en la conferencia de prensa brindada en Cancún, México, en el marco de la Cumbre del Grupo Río. El referente de la misma es Gran Bretaña, país que, actualmente, se encuentra en una controversia con Argentina por la explotación de petróleo en la zona de las Islas Malvinas. Con la gráfica alusión que encabeza este texto, nuestra jefa de Estado expresa, proverbialmente, la determinación del gobierno de resolver el conflicto ciñéndose a las normas del derecho internacional. Algo muy loable, por cierto.
En el imaginario occidental, desde la ocupación de América -y posiblemente desde antes-, el caníbal o el antropófago son una forma de representar al “otro” que se desconoce, al indio americano. Diferenciándose de lo europeo, cristiano y civilizado, el caníbal encarna lo incivilizado, lo bárbaro, la fuerza indómita de aquellos que no respetan, a la hora de nutrirse, ni a los miembros de su especie. Los diarios y cartas de Colón, como también las crónicas de otros viajeros y conquistadores, son pródigas en relatos donde el canibalismo, junto con la desnudez, el fetichismo, los sacrificios humanos, esbozan la postal del salvajismo precolombino. Y a tal punto internalizamos esta identidad, este contraste que, por ejemplo, el poeta Oswald de Andrade, en su Manifiesto, coloca a la antropofagia, no sin ironía, como la esencia de lo americano.
Invirtiendo la fórmula histórica, Cristina designa como caníbales a los europeos, a los correctos ingleses para ser más exactos. Una osadía, francamente, pero que no deja de ser aceptable. Por supuesto: el caníbal no se inquieta ante las sanciones de la O.E.A. ni se ajusta a la letra del derecho; su hambre está antes que las normas y las ganas de comer es la única ley que obedece. Citemos a Andrade, para algo lo invitamos: “Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago” Los ingleses tienen ganas de explotar el petróleo de una zona en litigio, vulnerando la soberanía de otro país… y lo hacen. Conducta salvaje, no hay dudas, censurable; “lo quiero y lo tomo… ¿a ver quién me lo impide?”: es la ley de la jungla, la ley del más fuerte, la ley del antropófago. No es novedad que los imperios se comportan de este modo: respetando a los otros, a los pueblos menos tecnificados, ninguna potencia se hubiera desarrollado.
Pero, como es lógico, almorzarse a un caníbal nos convierte en lo mismo que ingerimos. Decir, como sentencia, que no puedo o no debo comerme a otro de mi especie, es una prueba de urbanidad encomiable. Sin embargo, quedaría preguntarse si, sin salir de la metáfora, existe alguna posibilidad de librarnos de dicho impedimento. Es decir: ¿podríamos comernos al caníbal?, ¿podría Argentina saciar su hambre con Inglaterra? Los países desdentados no significan un peligro para los voraces carnívoros que consolidan su poder fagocitándose a los indefensos. O, puesto de otro modo: un no caníbal (por elección o lo que fuera) no es riesgoso para los caníbales. Porque para comerse a un caníbal hay que serlo: sino, decir que nos abstenemos de hacerlo no pasa de ser una bravuconada moralista, un ingenioso juego de palabras o, lo que es más triste, una muestra de la locuacidad sin sustento de un compadrito anémico. Ser más civilizados que quienes nos atacan o perjudican no siempre es señal de madurez. A veces es solamente resignación e impotencia.
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