jueves, 2 de septiembre de 2010

Palabras como fieras

Les propongo la lectura de un relato que salió en el segundo hogar de mis cuentos, la revista Medicina y Cultura.
Va el link para los que quieran curiosear:
http://www.medicinaycultura.org.ar/43/Articulo_03.htm

Esta vez nos metemos en el terreno de la violencia doméstica y empezamos así:

"Nos dijimos cosas muy feas, terribles. Nos dijimos cosas que una vez dichas, no se tachan ni borran con otras palabras; con disculpas, con lágrimas. Nos dijimos cosas que no se dicen, de mal gusto, que lastiman. No insultos, -o sí, pero apenas- sino esas frases punzantes, selectas, personalizadas, que solamente hieren al destinatario, al que las recibe porque sabe, a pesar de que nunca se lo digan, de que pocos o casi nadie lo sepa, que el carozo de sentido, lo que las palabras dicen es, dolorosamente, cierto..."

lunes, 23 de agosto de 2010

Y monedas...


Están los convencidos de que un libro de cuentos debe ser una Unidad. Trascendiendo al autor, la coincidencia en el género o la persistencia en un tono o una recta estética. Bien lo saben los antologistas que, apelando a la argentinidad, a la sangre derramada o a un impreciso concepto de “fantástico” o de “generación”, son capaces de encajar entre las mismas tapas al libertino y al asceta, al demoledor de la gramática y al purista, al gambeteador y al picapiedras. Me abstengo de opinar sobre esas caprichosas combinaciones: sé que hay fluidos que no se mezclan.
Aparte de Luciano Trangoni (1974), y de que sus doce cuentos vistieron las páginas de Rosario/12, encontré en “17 pesos y monedas” esa exigencia que muchos lectores y críticos imponen a una reunión de relatos convertida en un objeto nuevo y singular, diferente. Fatalidad contemporánea, la bautizaría yo sino fuera por los antiguos ecos griegos y las toses del Carver que, para evitar la depresión, me niego a releer. Tragedia y realismo sucio, sintetizarán los nomencladores y es posible: habría que confirmar los ingredientes que conforman la receta de Trangoni y sus 17 pesos…
Lo cierto, para mí, es que los personajes de los cuentos, a veces contornos y otras carnadura, caminan hacia la decepción o la herida nueva (o sobre la otra, anterior, que todavía no cicatriza) con la misma resignación que el agua fluye para hundirse en un resumidero. Todos pierden, irremediablemente, porque no hay otra solución, porque el destino los fue empujando a la derrota desde el comienzo del texto, incluso antes. Y si no, la ganancia es tan exigua que no justifica el esfuerzo, la lucha, la humillación, la bajeza cometida para… Conseguir apenas 17 pesos y monedas. No casi 20 ni por poco 18: una mierda. Contra eso, no brota la protesta rebelde ni el grito airado que desafía a esos dioses burlones que conspiran desgracias. No. La exasperante resignación, tan mediocre como humana y universal, estalla en las frases finales que no resuenan como puños levantados contra el infinito ni como promesas de seguir luchando. Posiblemente no pasen de ser la conclusión que sella lo inevitable, lo que se sabía que iba a pasar –aunque a veces no se explicite y la suposición del lector complete el blanco- y pasó y bue… como en las cartas del suicida al Sr. Juez o en Cortázar, “No se culpe a nadie”.
Otro detalle que no puedo omitir es el juego de contigüidades que tiñe de un esclarecido realismo a varios de los cuentos. El que mejor lo expresa es “Infelices y postergados”. El juego de los márgenes, de eso otro que también sucede en el borde de los relatos propiamente dichos, opera como un cuadro ampliado, como si el narrador no pudiera desentenderse de las historias paralelas, próximas, similares, que funcionan a la par de la que ha decidido contarnos. El vaso de cerveza que se cae y la torta que va siendo cortada en porciones iguales, escuchan el grito despechado de Elena que, en “Para que te voy a mentir”, estuvo dos meses chupándosela a un viejo para quedarse con nada. La decepción, su desengaño, y el público que asiste, de soslayo, a su desgracia, pueden ser la cifra de esa fatalidad de la que hablábamos antes. Se pierde con o sin testigos, en un mundo como el nuestro, rodeado de otros que ven o no lo que sucede pero están, ahí, ajenos e inútiles, esperando también ellos su minúscula derrota, lo que tenga que pasar, aunque nadie los narre.
Rosario corre de fondo, de escenario. No como el milieu de los decimonónicos, porque también podría tratarse de otra ciudad. Y sin embargo, Rosario también es cualquier sitio: Atenas o California u otro lugar donde un hombre o una mujer, que bien podrían no tener un nombre, o llevarlos a todos, recibe un golpe inevitable que no puede ni quiere devolver. Tal vez, por eso reconozco a Rosario. Lo veo, con sus calles, con sus bares, con su fisonomía exacta. Trangoni celebra la Unidad en sus “17 pesos y monedas”. Unidad quizás involuntaria pero innegable, quizás prescindible pero vital, enérgica, hipnotizante. Como una fatalidad.

viernes, 20 de agosto de 2010

Memoria (y olvido)


No se olvidan los vicios ajenos; ni las pajas ni las vigas, mucho menos.
Como, una vez oída en el baño de un bar, la palabra sicomoro persiste en la memoria hasta que su portador, encuentra un contexto para emplearla. Las mucamas del hotel recuerdan los objetos que hallan al limpiar a fondo, la orfandad del cuarto próximo a ser adoptado. No ya los juguetitos eróticos –que cada vez son más los pródigos que los abandonan entre las sábanas-, sino la biblia sin tapas, la piedra con caracoles fosilizados y el as de basto con un beso rojo de labios. La maestra repite: “Caballero, de la 452, promoción 72” cuando una barba y la piel erosionada, le sonríe, detrás del mostrador del ANSES, al recibir los papeles que parten en viaje para volver trayendo una jubilación fantasma. Como el fetichista recuerda la frontera donde se juntan el pantalón y la bota, así, tampoco se olvidan los grandes y pequeños holocaustos, los ojos que mansamente invitan a ahogarse, la casa vacía, antes de llenarse de historias y de polvo y de muebles, el amigo muerto en la cocina con el libro abierto en la dedicatoria. El ruido del freno y de la chapa en el orgasmo metálico del choque. El campo cuando atardece y la ciudad incógnita de noche. Salvo en casos de patológica ingratitud, no se olvidan las líneas de la mano que se estiró para salvarnos del naufragio, la palabra que se hizo carne y las cuerdas de amor que nos sostienen.
Se olvidan los cumpleaños familiares, la hora de la cita y el celular sobre la butaca vacía de la sala de espera. El sabor de los caramelos de la infancia, la fragancia de los parques en primavera y el sonido de la cadena de la hamaca en su oscilación etérea. La fórmula del movimiento rectilíneo uniforme, las caras cambiantes de los compañeros de escuela y el tacto virgen de aquella novia de boliches y zaguanes en la adolescencia. El número de documento del hijo, la clave del cajero, el puchito fumado en la esquina rufiana una madrugada de sombría borrachera. Se olvida Rocinante, la Portinari y la Viterbo, la letra que nos conmovió de Sabina, la imagen retorcida de Vallejo; lo fatal de Darío, a quién amante buscaba Juana y si en Comala estaban todos muertos. Las genealógicas ramas del árbol de Macondo y los Buendía, los casilleros de Rayuela y los cuentos que en su falda, en verano y junto a la vereda, nos contaba con paciencia de Penélope la mujer que fue mi abuela. La rima perfecta engendrada en la frontera exacta entre el sueño y la vigilia cartesiana, los motivos del Eureka, la costura invisible que sostenía el silogismo; la razón, si es que la había, para aceptar la mediocridad renunciando a los anhelos. Se olvida, fundamentalmente y sin trapecio ni red que nos contenga.
Y hasta puede sucedernos que al ensopar la magdalena en el té de la tarde, cuando la masa sale oscurecida e inflada como una esponja que emerge de la bañera, la memoria se niegue a devolvernos, no el tiempo perdido que se busca, ni siquiera un ínfimo segundo de la ausencia.

Pero dicen y aseguran, aunque es una verdad no demostrada, que antes de escupir el alma, todo lo olvidado vuelve junto, como una indemnización, justo cuando ya no sirve para nada.

lunes, 5 de julio de 2010

Tamalanda

Tamalanda
Con el loable objetivo de favorecer el turismo y sacar de la irreversible anemia a las arcas comunales, el intendente de Tamalanda exprimió su imaginación en busca de productivas ideas. Pujante y armoniosa, su ciudad, vasta y urbanizada, por desgracia carecía de aquellas atracciones que imantan a los disfrutadores de los fines de semana largo y los desprendidos que gastan el aguinaldo íntegro en las vacaciones de enero. Ni ruinas destacadas, ni catedrales pomposas, ni museos con una apreciable pinacoteca. Pareja a la nulidad de la cultura, también era mezquina con Tamalanda la naturaleza. Ni playas, ni montañas, ni siquiera una cascada más digna que el desagote pluvial de la curtiembre de los Herrera. Tenía, sí, sus campos verdes, con naranjos para enciclopedia y un río que estrechaba su cauce, hasta volverse insignificante, justo al acercarse a la urbe a la que me estoy refiriendo.
Una verdadera pena. Para el intendente y sus vecinos, porque no tendría otra opción que elevar un ciento o doscientos por ciento las tasas para asumir los compromisos tomados para el siguiente quinquenio. Pero meditando frente al televisor y tras tomar el pulso al mal gusto posmoderno, sin gritar eureka para no despertar a su mujer, coligió atónito la fórmula del éxito. Eso era: había que convertir a Tamalanda en un reducto freak, mejor aún: en la Meca nacional de lo freak. Tras saltear las obvias trabas que plantearían los del Concejo, despachó asesores a las puertas de los canales de televisión capitalinos, con instrucciones de capturar a cuanto bicho raro, excéntrico y funesto saliera de exhibirse en cualquiera de las audiciones nocturnas que explotan el género. Tarea ardua para los comisionados que, discutiendo tarifas y anunciando el estrellato, terminaban ebrios y de madrugada, después de sellar tantos acuerdos. Contratos jugosos; no como el de Cristiano Ronaldo, pero una mujer barbuda o un taxista casado con dos gemelas, no abraza las pretensiones de una estrella futbolera.
Y así, naturalmente, uno tras otro, los ilustres freaks fueron desembarcando –en realidad llegaban en colectivos o en coches particulares- en la tierra prometida, Tamalanda, que comenzaba a forjar su sueño con hedores de delirio. En pocas semanas, la fisonomía pasiva y pueblerina de las calles había trocado su esencia por otra más circense y a todas luces espeluznantes. Un profeta de sobretodo y visera salmodiaba en una esquina la inminente venida del redentor de los pelados mientras, en la plaza central, junto a los juegos para niños, una gorda descomunal repetía dieciocho streapteses por día. Un sexteto de transformistas sexagenarios se instaló en el buffet del club discutiendo, con igual probidad, sobre el arte de la yerra o el taoísmo, según la hora y el alcohol ingerido. Una enana operada del busto, al punto de parecer ocultar dos ollas soperas bajo el escote del vestido, cantaba cumbias a capella en el atrio de la iglesia. Y un joven con trasplante de rostro recién practicado en una clínica sueca, asustaba a los párvulos a la salida de la escuela.
Estos fueron los de la primera camada. Después, ni yo-narrador me aventuré a volver a Tamalanda. Dicen que los vecinos calificados también emigraron cuando se produjo la invasión de patéticos imitadores de cantantes, acróbatas del baile moderno y un ventrílocuo sin muñeco cuya cúspide artística consistía en imitar el sonido de las flatulencias. ¿Y los turistas? Pocos, escasos, apenas algunas golondrinas sueltas: curiosos de paso, fotógrafos de Nat&Geo y un grupo de neonazis ansiosos de aniquilar a aquellos personajes grotescos.
La experiencia fracasó, pero no por falta de visión del intendente que acabó prófugo y exiliado. Sucede que los monstruos atraen mientras están detrás de la pantalla y lejos, por treinta minutos a lo sumo, en tres programas, y ya es un exceso. Cuando están cerca, en las calles, en las plazas y en los bares, la cosa cambia querido: los monstruos cansan, se vuelven familiares o aburridos y asusta pensar que pueden formar parte del paisaje. Los turistas, por otra parte, prefieren una dosis diminuta de cultura y mucha playa; que los monstruos se queden en la tele, en el programa de Analía, en los de chimentos o en la cámara viva.

lunes, 7 de junio de 2010

Para leer... "Agua"


Los invito a leer un relatito, titulado "Agua" que apareció en el último número de Medicina y Cultura.

Que lo disfruten.


Recomiendo especialmente, ya que van para allá, el cuento del Dr. Daniel Flichtentrei

lunes, 17 de mayo de 2010

Saludos a eSe


Felicitaciones a quienes componen el equipo de eSe y éxitos en su iniciativa:
http://www.revista-ese.com.ar/
Y mi especial agradecimiento por su lectura e instructivas opiniones a Gabriel Cirelli, autor de la reseña de "El pintor..." que se incluye en este nuevo suplemento dedicado a la literatura y todas las galaxias conexas:
http://www.revista-ese.com.ar/mundo_literatura_libro.html

¿Todos seremos eSe?

lunes, 12 de abril de 2010

Poetas corrientes

Amigos de Rosario y del mundo!
El ciclo “Poetas corrientes”, coordinado por la editorial Espiral Calipso, abre sus puertas una semana más, tratando de ofrecerles siempre noches de altura, noches de verdad y ficción, de palabra y de fiesta.

Miércoles 14 de Abril
A las 21 horas
En Corrientes 1380,
(Rosario, Argentina).

Los invitados de la semana son:

Ezequiel Hazan: Concordiense arrosarinado por el tiempo. Gran lector. Autor de narrativa y de textos de encrucijada. Dirige junto a Manuel Núñez el curso “Borges y macedonio: Historia de una amistad”, organizado por esta editorial. Su palabra serpentea buscando siempre otra vuelta de tuerca.

Federico Ferroggiaro: Hace una narrativa que histeriquea con la poesía. ¡El miércoles descubriremos en qué queda la cosa finalmente!

Nico Manzi: Tiene problemas con las musas desde que Central tiene problemas con el descenso. ¡Pese a todo algo podemos hacer! Conocedor de la tradición poética, juega a romperla y reconstruirla como un puzzle. Como el tema de las fronteras textuales es taaaan intrincado, él dice escribir “ejercicios”. ¡No se los pierdan!

Luciano Trangoni: Creemos poder afirmar sin equivocarnos, que es autor del texto que más divirtió al público en la primera edición del ciclo. No es que se trate de un autor cómico. Es simplemente… ¡incalificable! ¡Tienen que escucharlo!

lunes, 5 de abril de 2010

Apuntes para una ficción

Invito a espiar el borrador de un relato, publicado en el suplemento de Medicina y Cultura U.N.R.
http://www.medicinaycultura.org.ar/38/Articulo_05.htm
Espero que les guste.

martes, 23 de marzo de 2010

Derrumbe(s)


Como soy de los que necesitan que se les explique todo, me costaba entender el derrumbe dentro de “Derrumbe”, la novela de Daniel Guebel. La situación que plantea la trama resultaba óptima, digo: para justificar el título. El narrador es abandonado por su mujer, “pierde” a su pequeña hija, reniega de su fracaso como escritor, pero a mí me costaba entrar –y acepto que haya sido un problema mío- en la frecuencia de la desesperación consecuente o previsible. Porque si el derrumbe se asocia con el desasosiego, la angustia, con el ícono pictórico de Munch gritando sordamente mientras se comprime las mejillas, el derrumbe del narrador de “Derrumbe” no parecía una tragedia sino una excusa, un guiño para burlarse ácidamente de otros hombres y sus pobres vidas pretenciosas en la ruina. Derrumbadas. Y, sin embargo, me dejaba llevar. ¡Qué narrador el de “Derrumbe”! ¡Qué trituradora de ironía, humor y desencanto! ¡Qué negatividad cáustica!
Sucede que, a lo mejor, soy lector de derrumbes más clásicos, más convencionales. Me acuerdo, por ejemplo, del Zevi de “El traductor” en su momento de derrumbe –cuando se derrumba el muro de Berlín, cuando se derrumba su relación con la adventista- y, claro, yo me iba a pique con él, con Zevi, pero quizá fuera solamente porque ese narrador (Zevi-Benesdra) era poderosamente arltiano. También el de “Derrumbe”, de a momentos, pero las reflexiones y digresiones filosóficas, musicales o simplemente anecdóticas, acababan por sacarme del plato... Hasta que comprendí que la novela está construida como una colección, un rejunte o un catálogo de derrumbes ajenos que constituyen el marco o la comparsa del derrumbe principal, el del narrador. Y el derrumbe, que es la pérdida, se entrecruza con otro tópico central, clave: la paternidad, el lugar del padre, la relación del padre con su hija, el sentimiento exacerbado que se deposita sobre lo único entonces que hay de verdadero: la hija, “mi nena”. Si hay un derrumbe, el mayor, es la pérdida del hijo(a), aunque sea momentánea, aunque después regrese para comer con el narrador y sus amigos.
Pero había que darle un cierre, había que precipitar el derrumbe interior y volverlo acto, materia, monstruo. Había que derrumbar el verosímil, el continuo de la estructura narrativa, la esperanza en que, después del derrumbe, nada puede ser peor. No, no voy a contar el final. Sólo a agregar que la subsistencia, sobrevivir en la animalidad, se erige en el sacrificio vital del derrumbado que se conserva, fragmentado y monstruoso, con el único afán de ser nombrado, de ser reconocido como el padre de esa hija (ya grande y exitosa) que se perdió. Entonces, morir y resucitar, realmente, simbólicamente, para redimirse en el reconocimiento, en el ser nombrado otra vez por la hija y así, en la enunciación del vínculo, en su pervivencia, salvarse de entre los escombros, suprimir las evidencias del derrumbe. O algo así, al estilo de Daniel Guebel.

lunes, 15 de marzo de 2010

Un narrador y sus princesas


Iba a esbozar unas líneas sobre la novela de Jeanmarie, la última. Pero resulta que la presté y, entre sus páginas, quedaron mis machetes. Mejor: es el momento de escribir sobre Celeste y Blanca de Guillermo Piro.

Elegir para el epígrafe unos versos de Panero, el poeta loco o el loco poeta, representa una toma de posición. No la única: la primera de Celeste y Blanca. Una novela que se sostiene sobre las premisas que enuncia el narrador; un narrador que juega a hacerse el borracho (o el loco) y con la intención de desplegar una historia (¿alegórica?) de princesas, príncipes y reyes rioplatenses, acaba demorándose, tomando todos los desvíos y “yéndose por las ramas” para contar otros cuentos (reflexiones, simpatías, anécdotas) que vienen al caso (o no), pero que se autorizan desde las premisas o verdades que el narrador intercala gustoso de exhibir su ingenio, su pericia en el arte de narrar. Entonces: una novela de princesas, de premisas, de digresiones. ¿Un fluir de la conciencia?, ¿un discurso ebrio?, ¿un juego de ajedrez? Sí y no. Celeste y Blanca nos pide la comparación.
Sandra Contreras definió la maquinaria narrativa de Aira (César) como “el imperio de la invención”, la fuga hacia delante del relato que no se detiene porque su objetivo, como el del caballo de carrera, es llegar a la meta, al final. Si se me permite mantener la metáfora de la especialidad, me arriesgo a sostener que el narrador de Piro, en este sentido, opera desde una variante: se fuga hacia el costado o hacia adentro –de sí mismo de lo que narra. El cierre, el final, es, en todo caso, casual, aleatorio. En una entrevista –y a lo mejor muchas veces más-, Aira definió a su poética sobre la base de la experimentación y la improvisación. (Nota al “pie”: perdonen que ya haya mencionado a Aira dos veces, es uno de los pocos escritores argentinos que incluye en su texto el narrador) Pienso que Piro elige el segundo principio sin desdeñar al primero. La digresión, a veces humorística y otras delirante, es la forma de improvisación de ese narrador que se define como “inquieto” antes que “distraído”, que opina sobre sus personajes y explicita sus favoritismos y sus odios con la misma soltura y desenfado que comunica las experiencias y máximas que rigen su vida. La experimentación, es posible, se condensa en la trama que nos prometió en las primeras páginas y, a cuentagotas, cada tanto y con “experimentaciones” sobre la linealidad y el tiempo del relato, nos sigue contando.
El narrador sabe que el único traicionado termina siendo el lector, pero tal es el imperativo lógico en la poética de la desobediencia. Tan hastiados deberíamos estar de empalagarnos con novelas obedientes (las que no son sino variaciones de unos pocos temas –se dice que no más de nueve, Gramuglio en sus clases contaba tres: el amor, la muerte y la guerra) que tendríamos que agradecer que alguien, con la excusa de contarnos la historia de Celeste y Blanca, nos sorprenda con algo nuevo. De acuerdo, muchas gracias. Tengo más para escribir, pero no quiero citar y violar las leyes del copyright.
Soy de los que comparten sus libros y sus lecturas deseando descubrir otras ópticas, otras interpretaciones; que otros lean los libros que yo leo para después construir otros sentidos. Si hay ganas, si se puede. Para invitar a aventurarse en Celeste y Blanca, parafraseado al narrador, diré que él sostiene que todos sus textos anteriores han sido la “peregrinación” para llegar a éste, a Celeste y Blanca. Para los que nos gustan los artículos de Piro en Perfil o sus poemas, no deja de ser un gancho.

martes, 9 de marzo de 2010

Soltar libros


¡¡Libro Libre Argentina convoca a la 7ma Gran Liberación de Libros!!

La propuesta consiste en liberar un libro en un espacio público (plaza, bar, transporte público, museo, etc...). Pueden participar del movimiento todos aquellos que lo deseen liberando un libro el 21 de marzo en el lugar donde vivan o se encuentren en ese momento.

Para participar, dejá un libro en un espacio público con una dedicatoria que indique:
- Que el libro pertenece al Movimiento Libro Libre Argentina.
- Que es de quien lo encuentre pero que al finalizar su lectura deberá ser liberado, para que pueda ser disfrutado por otras personas nuevamente.

¡Muchas gracias por participar de esta gran cruzada y compartir la propuesta con sus amigos!

viernes, 5 de marzo de 2010

Desde las palabras


Comparto la entrevista que me realizó Mildred Melendez Otero y que está publicada en su excelente sitio:
http://desdelaspalabras.wordpress.com/
Pueden leerla y opinar en:
http://desdelaspalabras.wordpress.com/2010/03/01/federico-ferrogiario-el-periodismo-es-vecino-de-la-literatura/

miércoles, 24 de febrero de 2010

Los caníbales europeos


“Lo único que no se puede hacer con un caníbal es comérselo”
Cristina Fernández (de Kirchner)




Con esta elocuente imagen, la Sra. Cristina Fernández culminó sus declaraciones en la conferencia de prensa brindada en Cancún, México, en el marco de la Cumbre del Grupo Río. El referente de la misma es Gran Bretaña, país que, actualmente, se encuentra en una controversia con Argentina por la explotación de petróleo en la zona de las Islas Malvinas. Con la gráfica alusión que encabeza este texto, nuestra jefa de Estado expresa, proverbialmente, la determinación del gobierno de resolver el conflicto ciñéndose a las normas del derecho internacional. Algo muy loable, por cierto.
En el imaginario occidental, desde la ocupación de América -y posiblemente desde antes-, el caníbal o el antropófago son una forma de representar al “otro” que se desconoce, al indio americano. Diferenciándose de lo europeo, cristiano y civilizado, el caníbal encarna lo incivilizado, lo bárbaro, la fuerza indómita de aquellos que no respetan, a la hora de nutrirse, ni a los miembros de su especie. Los diarios y cartas de Colón, como también las crónicas de otros viajeros y conquistadores, son pródigas en relatos donde el canibalismo, junto con la desnudez, el fetichismo, los sacrificios humanos, esbozan la postal del salvajismo precolombino. Y a tal punto internalizamos esta identidad, este contraste que, por ejemplo, el poeta Oswald de Andrade, en su Manifiesto, coloca a la antropofagia, no sin ironía, como la esencia de lo americano.
Invirtiendo la fórmula histórica, Cristina designa como caníbales a los europeos, a los correctos ingleses para ser más exactos. Una osadía, francamente, pero que no deja de ser aceptable. Por supuesto: el caníbal no se inquieta ante las sanciones de la O.E.A. ni se ajusta a la letra del derecho; su hambre está antes que las normas y las ganas de comer es la única ley que obedece. Citemos a Andrade, para algo lo invitamos: “Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago” Los ingleses tienen ganas de explotar el petróleo de una zona en litigio, vulnerando la soberanía de otro país… y lo hacen. Conducta salvaje, no hay dudas, censurable; “lo quiero y lo tomo… ¿a ver quién me lo impide?”: es la ley de la jungla, la ley del más fuerte, la ley del antropófago. No es novedad que los imperios se comportan de este modo: respetando a los otros, a los pueblos menos tecnificados, ninguna potencia se hubiera desarrollado.
Pero, como es lógico, almorzarse a un caníbal nos convierte en lo mismo que ingerimos. Decir, como sentencia, que no puedo o no debo comerme a otro de mi especie, es una prueba de urbanidad encomiable. Sin embargo, quedaría preguntarse si, sin salir de la metáfora, existe alguna posibilidad de librarnos de dicho impedimento. Es decir: ¿podríamos comernos al caníbal?, ¿podría Argentina saciar su hambre con Inglaterra? Los países desdentados no significan un peligro para los voraces carnívoros que consolidan su poder fagocitándose a los indefensos. O, puesto de otro modo: un no caníbal (por elección o lo que fuera) no es riesgoso para los caníbales. Porque para comerse a un caníbal hay que serlo: sino, decir que nos abstenemos de hacerlo no pasa de ser una bravuconada moralista, un ingenioso juego de palabras o, lo que es más triste, una muestra de la locuacidad sin sustento de un compadrito anémico. Ser más civilizados que quienes nos atacan o perjudican no siempre es señal de madurez. A veces es solamente resignación e impotencia.

viernes, 19 de febrero de 2010

Pedir y poder


“Una cosa es pedir y otra cosa es poder”
Hermes Binner

En el marco de la discusión paritaria con el gremio docente, el gobernador santafesino, siguiendo la tradición de quienes anteriormente ocuparon su puesto enunció, como defensa, esta máxima cruel de la impotencia. No es novedad: ya Reutemann, menos intrépido, profirió cierta vez la célebre y tautológica frase: “cuando no hay, no hay” para aplacar las demandas salariales de algún sector en crisis. Pero el gobernador actual, a diferencia de su predecesor, da un salto hacia delante y parece derrumbar de un plumazo los pilares del positivo voluntarismo budista, sintetizados en el tradicional proverbio: “querer es poder”.
El “querer”, lo sabemos, es volición, deseo, proyección -tácita o no- porque el “querer” es, antes que nada, un claro anhelo interior. El “pedir”, correlato verbal del “querer”, es la enunciación del deseo, del objeto (material o inmaterial) que se pretende obtener de otro capaz de proveerlo. Es decir: del “querer” pasamos al “pedir” explícito, al “pedir” lo que se quiere a quien, se supone, puede concederlo. Pero la declaración de Binner, en este punto, se vuelve reveladora en su significado, en su sentido: “una cosa es que otro quiera o pida y otra que yo pueda”. Es decir: el gremio docente puede “querer” y “pedir” un aumento, pero no por eso va a “poder” conseguirlo. Por supuesto: su “querer” no es “poder” porque tal aspiración no es autosuficiente sino que depende, sin dudas, de otro que lo facilite, que lo brinde. Y así sucede en muchos órdenes de la vida: el niño quiere un juguete oneroso, lo pide, y su padre le responde “no puedo comprarlo”. Juan quiere la paz en el mundo, pero no alcanzan las buenas intenciones de un quidam para que los señores de la guerra puedan detener sus escaladas de odio y sangre.
Por otra parte, en un análisis lógico, comparando los enunciados transcriptos, podemos observar la evolución en el pensamiento de nuestros dirigentes provinciales. Para Reutemann A es igual A mientras que, para Binner, A es A y B es B. La ampliación de los términos es una demostración de la capacidad asociativa del gobernador en funciones. Claro: una cosa es el agente del deseo, el que pide, y otra cosa es el benefactor, quien puede otorgar lo que se quiere o pide. Por lo tanto, y trasladando la premisa del “querer es poder” ya no al agente del deseo sino al benefactor, la pregunta que surge, obligadamente, es: “¿no quiere o no puede?”, pregunta para la cual, al menos en la declaración trascripta, no tenemos respuesta. Afirma que no puede, y es lícito creerle, pero ¿quiere? Dejémoslo ahí: no puede respondernos.

Los peligros de la comparación poética


"Lo veo resbalando como chorizo en fuente de loza”
Rafael Bielsa



Con esta popular comparación, el poeta rosarino y excandidato a gobernador de la provincia de Santa Fe, intentó graficar su percepción del gobierno de la Señora Cristina Fernández (de Kirchner). Que resbala. Como un chorizo. En una fuente de loza. Sin dudas se trata de una afirmación intempestiva. O sacada de contexto, como gozan afirmando los que profieren un rebuzno y al rato se arrepienten. Porque para un artista dúctil y versado en comparaciones y metáforas que escribió, por ejemplo: “el tren pasaba lejos como un cuento de la infancia” o “ella cruzaba el patio como rueda de espuela”, referirse a un gobierno como un chorizo patinando sobre una fuente, además de poco poético, suena hasta ofensivo. Los chorizos se confeccionan con carne molida, de cerdo, de vaca y también hay artesanos que los rellenan de pollo. Carne animal, carne muerta, comprimida (embutida) en un delgado cartucho de tripa que es atado en ambos extremos. Nadie discute que su ingesta pueda resultar agradable, pero de ahí a llamar a un gobierno o a las personas, argentinos y argentinas, que lo conforman “chorizo”, nos separa un abismo. Más todavía cuando, en la oralidad rioplatense, “chorizo” es sinónimo de “ladrón”. Y no designa a cualquier ladrón, a uno de bancos o camiones blindados, sino a los descuidistas y carteristas, a ésos que, el sustento, se lo proveen abusando de la distracción o la confianza ajena. Esta interpretación no es descabellada. Imaginemos a un chorizo, a un ladrón, que en su carrera para escapar de la persecución policial o del birlado, introduce su pie en una fuente de loza casualmente colocada para interceptarle el paso. ¿Qué sucedería? Por supuesto: al pisar el adminículo citado, resbalaría despatarrándose para estrellarse contra el piso. Ergo, todo parece indicar que, para Bielsa, el gobierno es ladrón y torpe en su huída.
Una segunda alternativa, pienso ahora, puede ser que Rafael haya intentado seducir al vulgo, al hombre como usted o como yo, introduciendo en la comparación un término que nos resulta familiar, al menos vagamente o como él supo versificar: lejano “como un cuento de la infancia”: el chorizo. Claro: porque si Rafael visita alguna carnicería, descubrirá que el kilo de chorizos ronda los $35 y no cualquier bolsillo proletario o pequebu está en condiciones de regalarse dicho bien suntuario. Pero todos hemos visto como un chorizo grasiento, jugoso, puede deslizarse sobre una superficie plana, sea de loza u otro material: nuestra memoria, despabilada por la comparación, se relame con el recuerdo.Pero olvidemos las interpretaciones capciosas y, disculpándole el exabrupto al poeta, brindemos para que las musas inspiren al barbado bardo que vuelve al ruedo. ¿Poético? No, político.

lunes, 15 de febrero de 2010

Autos


"Lecciones de seguridad vial" es un cuento que me publicaron en el suplemento cultural de diario rosarino La Capital.

Allí los autos toman vida. Y sacan vidas.

Acá el cuento.